El Método Directo

A finales del siglo XIX aparecen los primeros métodos directos, que propugnan una “inmersión” del alumno/a en la lengua objeto de estudio. Surgen como reacción al método gramática-traducción, el más viejo y ortodoxo de los métodos de enseñanza de lenguas que reinó durante el siglo XVIII y gran parte del XIX y que fue ampliamente usado para enseñar las lenguas clásicas (latín y griego), aunque más tarde se utilizó también para enseñar algunas lenguas modernas.

Recordemos que con el método gramática-traducción, la enseñanza se centraba en las cuestiones gramaticales y escritas sin darle atención al conocimiento de la lengua para la comunicación. Ello se debía fundamentalmente a que el objetivo principal de quienes aprendían lenguas extranjeras era comprender textos escritos producidos en esa lengua meta, pues las posibilidades de comunicación con nativos, debido al desarrollo de los medios de transporte en esa época, no eran tan numerosas como lo son en la actualidad. Por otro lado, el latín, que había sido la lengua de cultura hasta el siglo XVI, más tarde fue una lengua «muerta» que se enseñaba de una forma teórica y eminentemente escrita.

En la concepción tradicional, aprender una lengua era aprender y reproducir la cultura universal a través de textos provenientes de libros religiosos, siguiendo como modelo de lengua a los grandes autores, escritores, filósofos y poetas de lenguas clásicas como el griego y el latín. Tanto ser capaz de mostrar el conocimiento de la estructura y léxico de la lengua, como poder hacer traducciones exactas directas e inversas (hacia la lengua materna y después, de nuevo, hacia la otra lengua) era una muestra de su dominio.

En el siglo XIX, con el desarrollo de los medios de transporte, aumentan los contactos internacionales, por lo que la comunicación se fue haciendo cada vez más importante que la comprensión textual en la enseñanza de lenguas. Es esa la época en que surgen los métodos directos, que ya no se basan en una teoría lingüística explícita, sino que parten de la idea de que la lengua es un instrumento de comunicación utilizado en situaciones concretas todos los días. La lengua se aprende por exposición a ella, ya que poco a poco se asimilan las estructuras, los sonidos y las palabras. Por este motivo, se privilegia lo oral frente a lo escrito; también, se desestima la utilidad de las explicaciones gramaticales explícitas (morfológicas o sintácticas) y se censura la traducción.

El aprendizaje es inductivo (tal y como se aprende la lengua materna: “se aprende a hablar hablando”) y el prototipo de lengua es la lengua oral informal. En ningún caso se emplea la lengua materna. Con ello se pretende formar un estudiante capaz de usar el idioma diario y oral en situaciones cotidianas. Por ello el docente debe valerse de medios tales como dictados, interacción con preguntas y respuestas, ejercicios de pronunciación, imágenes, objetos, etc. a la hora de explicar el significado de los distintos vocablos, prácticamente sin recurrir a la morfosintaxis, cuyo estudio consiste en la repetición de fórmulas predeterminadas.

Al sustentarse en la experiencia, la corrección de errores es fundamental, debido a que se persigue la consolidación de hábitos adecuados; de lo contrario, la comunicación podría verse afectada. La experiencia de vida del estudiante también se aprovecha mediante asociaciones, sobre todo con imágenes, pero también mentales (la lengua es un sistema de representación del mundo).

Sin embargo, tampoco estos métodos serán considerados adecuados para la enseñanza de lenguas extranjeras. Los principales escollos que presentan son los siguientes:

  1. Hay una gran influencia de la lengua materna sobre la lengua extranjera en proceso de asimilación, lo cual impide, en cierta forma, que esta segunda lengua pueda asimilarse con la misma agilidad que la materna.
  2. El empleo exclusivo de la “inmersión” lingüística, sin recurrir en ningún momento a una explicación léxica, morfológica o sintáctica, puede provocar confusiones y falsas identidades, especialmente si la lengua materna del discente tiene una raíz común a la segunda lengua objeto de estudio –como es, por ejemplo, el caso del español y el italiano, del español y el francés, o del español y el latín–.

No obstante, y a pesar de que pronto se desechó la utilidad innovadora de estos métodos, a lo largo de todo el siglo pasado siguieron empleándose, pero siempre en combinación con otras metodologías.

Referencias

García-Medall Villanueva, J. A. (2001), La traducción en la enseñanza de lenguas.

Pérez, A. S. (2009), La enseñanza de idiomas en los últimos cien años: métodos y enfoques. Sociedad General Española de Librería.

Sánchez, C. S. (2002), «Enseñar o aprender a pensar«, Escritos de psicología, (6), 53-71.

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