Contamos lo que somos a través del lenguaje. Contar historias es la forma más eficiente de educación. Los datos sueltos, sin emoción, no son memorables, pero una buena anécdota detona en nosotros emociones que despiertan nuestra mente y nos conecta con el relato.

Se dice que la finalidad más obvia de una narración suele ser el entretenimiento o la persuasión, pero, en realidad, hay tantas finalidades como intenciones individuales detrás de cada historia.

En este sentido, la inteligencia narrativa va más allá de los conceptos de inteligencia intelectual y emocional. No solo sirve para cautivar al lector o al que escucha, sino que se ha convertido en una de las competencias más importantes de nuestro siglo.

Cuando sentimos, y las emociones se concentran en ideas, necesitamos contárselo a alguien, comunicarnos, y es entonces cuando transformamos en narrativa un suceso que se vuelve colectivo. Somos capaces de crear inteligencia colectiva.

¿Qué somos los seres humanos sino una historia conjugada con mil otras?

Los relatos nos transportan a otro tiempo y a otra realidad, dotándonos de herramientas para superar cualquier adversidad que se nos presente en el futuro. ¿Me pueden contar una historia que no pueda usarse para suscitar el aprendizaje?

En cualquier relato el sentimiento o la emoción es imprescindible para comprender al actor, al lector, para establecer los vínculos entre los protagonistas de las historias y para conectarnos con nuestra audiencia. Y, al narrar esas historias, vamos construyendo un significado mediante el cual nuestras experiencias adquieren sentido. En esto consiste la inteligencia narrativa.

Somos las historias que contamos