La tradición clásica en Juego de Tronos: Dothraki, los Centauros de George R. R. Martin

Siguiendo con la tradición clásica en Juego de Tronos, es el turno de los Dothraki, la raza de guerreros nómadas con fama de feroces jinetes, que acompañan a la madre de dragones y habitan en el continente de Essos, donde son dueños de las planicies conocidas como “El mar Dothraki”. Este pueblo, nacido para luchar, que se mueve en tribus o grandes hordas, ha sido identificado con los hunos, mongoles, tártaros y cosacos, debido a que en todas estas civilizaciones el caballo era el núcleo fundamental de sus vidas, desde la guerra hasta el comercio, llegando a ser adorado como si de una deidad se tratase. Por añadidura, estos pueblos practicaban el chamanismo y oraban al sol y a la luna.

Sin embargo, aún no se ha establecido un paralelismo más antiguo e importante: su similitud con los centauros, tal vez por la imagen que estas criaturas mitológicas despiertan en nuestro cerebro. Mitad hombres, mitad caballos, los centauros (en griego Κένταυρος, plural Κένταυρι) simbolizan el lado salvaje de nuestra naturaleza, la pasión desbordada y la barbarie.

Pero los centauros eran algo más que un mito. Actualmente no existe duda de que varios pueblos mencionados en mitos, entre ellos los centauros, eran tribus montañesas neolíticas del norte de Grecia, de las cuales algunos miembros sobrevivieron en las montañas arcadias y en el monte Pindo hasta la época clásica (Graves, 2004). En efecto, sabemos que a la región de Tesalia llegaron en el neolítico -hacia el milenio VII a.C.- pueblos provenientes de Anatolia, parte de una oleada migratoria denominada “expansión neolítica” (Darlington, 1969), y, una vez sometida la población local, se asentaron, desarrollando una cultura agrícola. 

Respecto a los centauros, en los escritos de varios eruditos del siglo XIX se afirma que se trataba de una tribu. Así lo aceptaba Gustav Eduard Benseler (1806-1868), en su edición del Diccionario de la Lengua Griega de Wilhelm Pape (1807-1854), quien los ubicaba morando entre el Monte Ossa y las montañas Pelion en la Tesalia oriental. Estas referencias encuentran sustrato en escritos antiguos, pues ya se atribuía a Apolodoro de Atenas (c.180-119 a.C.) la afirmación de que la tribu de los centauros se asentaba originalmente en el monte Pelión.

Por otro lado, el pueblo de los centauros destacaba en la habilidad de jinetear, propia de su posible origen en Anatolia (se sabe que los granjeros neolíticos anatolios habían domesticado animales grandes y fuertes como bueyes y caballos) o en las estepas de la Eurasia central (Anthony DW., 2007). En base a esta teoría, se ha postulado que la imagen de seres mitad caballos y mitad humanos podría reflejar la impresión que causó a los habitantes de la Grecia neolítica, que conocían el caballo únicamente como animal de tiro, la visión de estos expertos jinetes y arqueros (Browne, 1994). En este sentido, el mitólogo Robert Graves (2004) piensa que los centauros de la mitología griega podrían haber sido una reminiscencia de una secta prehelénica que consideraba al caballo un tótem.

Otras explicaciones para el nombre tribal, ya no relacionadas con la condición semi-animal, es que en griego antiguo, Κένταυρι significaría “jinetes cazadores del toro salvaje” o “los que alancean toros”, sobrenombre dado a los centauros tras matar a los toros salvajes que devastaban la región de Ixión, rey de Tesalia.

Pero no todos los eruditos aceptan esta interpretación. Algunos como J. C. Lawson (2013) apuntan que no era la condición de jinetes la que justificaba el nombre, sino que se les atribuía poderes de hechicería, entre ellos la capacidad de metamorfosis, una habilidad atribuida a una tribu pelasga que habitaba el monte Pelión en época prehistórica.

En definitiva, no se sabe con exactitud cómo se llamaban a sí mismos estos pueblos, pero los nombres con los que se les denominó posteriormente probablemente sean griegos, pues a las tribus que se desarrollaron a partir de la población tesalia más antigua, los llamaron “Feres” (Pheres), “Magnetes” y “Centauros”. En rigor, pheres es la forma eólica de “bestia salvaje” y precisamente con este epíteto designa Homero a los centauros en La Ilíada, aunque los traductores han optado por escribir “montaraces” “montañeses” y “bestias peludas”. En consonancia con el mito, esto ha sido interpretado como una referencia a su condición mitad hombre – mitad caballo, pero bien podría tratarse solo de la afirmación de “salvajes”. La descripción como seres dobles, que nos es familiar, es bastante posterior, de los siglos VII a V a.C. y, sin duda, fruto de la imaginación popular.

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Hércules y el centauro Neso, Juan de Bolonia. Florencia | Pinterest

Cabe pensar, por tanto, que la caracterización como “bestias”, “salvajes despreciables”, o incluso mitad animales fuera una metáfora para simbolizar la lucha entre civilización y barbarie, razón y caos.

Referencias:

Anthony, DW. (2007). The Horse, the Wheel, and Language. How Bronze-Age Riders from the Eurasian Steppes Shaped the Modern World. Princeton. Princeton University Press.

Browne, T. (1994). Sobre errores vulgares o Pseudodoxia Epidemica. Madrid. Siruela.

Darlington, CD. (1969). The Evolution of Man and Society. New York, Simon & Schuster.

Graves, R. (2004). Los mitos griegos. Madrid, Alianza.

Lawson, J. C. (2013). Modern Greek Folklore and Ancient Greek Religion. A Study in Survivals. 1910. Reprint. London: Forgotten Books.

Pape, W. Handwörterbuch der Griechischen Sprache. Dritter Band. Wörterbuch der griechischen Eigennamen. Neu Bearbeiten von Dr. Gustav Eduard Benseler. Braunschweig. Friedrich Bieweg und Sohn, 1884.

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