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Es una estrategia de enseñanza-aprendizaje que se centra en el alumnado al promover su participación y reflexión continua a través de actividades que se caracterizan por ser motivadoras y retadoras, orientadas a profundizar en el conocimiento y desarrollar las habilidades de búsqueda, análisis y síntesis de la información, promoviendo una adaptación activa a la solución de problemas y promoviendo el aprendizaje autónomo del estudiante.
Diseñar una experiencia de aprendizaje activo implica resignificar los roles del profesorado, del estudiante, las aulas de clase y demás espacios para aprender, por lo que supone una innovación en el campo de la enseñanza.
Con una metodología pasiva, propia de un aprendizaje teórico-conceptual, la percepción del alumnado es que, si se trata de un dogma, lo mejor es tratar de entender lo que se le dice, prestar atención para que no se le escape nada, memorizar la máxima cantidad que pueda y demostrar el resultado de esa “dogmatización” en el examen. El principal problema es que el ser humano no está preparado para aprender sólo de esta forma. Si se abusa de este método nuestro cerebro desarrolla mecanismos de autodefensa, entre los que se encuentra la disminución de la capacidad de atención.
Nuestros poderes para adquirir conocimiento aumentarán si nos enfrentamos a retos que requieran una cierta actividad e iniciativa por nuestra parte. Por ejemplo, buscando alternativas, cooperando con otras personas, creando conocimiento de forma autónoma, utilizando más fuentes de conocimiento que las que nos pueda aportar el profesorado, tomando decisiones, tratando de resolver retos, aplicando ese conocimiento a situaciones reales, etc.
Las metodologías que requieren que el alumnado utilice todas esas capacidades se denominan metodologías activas. Nuestro cerebro suele favorecer este tipo de actividad aumentando la motivación, el interés, la autoconfianza y la seguridad de que alcanzaremos la meta final.
Una metodología activa es un conjunto de procesos y actividades (organizadas y planificadas) que “obligan” al alumnado a enfrentarse a situaciones donde tiene que adquirir conocimientos, habilidades, tiene que contrastar estrategias, tiene que tomar decisiones, incluso, crear nuevo conocimiento y, sobre todo, comprobar el resultado de lo que ha hecho.
¿Cómo pasar de un aprendizaje pasivo a un aprendizaje activo?
Una manera efectiva sería dar menos contenidos teóricos y fomentar más la participación del alumnado para que lleguen a esos contenidos por sí mismos, por ejemplo, planteándoles un reto o un caso, e intentar llegar a una solución discutiendo, reflexionando y aportando ideas, lo que favorece un aprendizaje más duradero. También es importante el factor de la motivación, pues no olvidemos que las emociones positivas favorecen la memoria.
Referencias
Huber, G. L. (2008), «Aprendizaje activo y metodologías educativas Active learning and methods of teaching«, Tiempos de cambio universitario, 59.
Moreira, M. A. (2003), De los webs educativos al material didáctico web. Revista comunicación y.
Navarro, L. P. (2006), «Aprendizaje activo en el aula universitaria: el caso del aprendizaje basado en problemas«, Miscelánea Comillas. Revista de Ciencias Humanas y Sociales, 64(124), 173-196.
Pérez, M. V., Díaz-Mujica, A., González-Pienda, J. A., & Núñez, J. C. (2010), «Docencia para facilitar el aprendizaje activo y autorregulado«, Revista diálogo educacional, 10(30), 409-424.
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