La epidemia de los dioses

El rey Proitos de la Argólida tenía tres hijas. Al crecer, se vuelven locas, tras rehusar rendir culto a Dioniso, dios del vino. Abandonan el palacio paterno, y, creyéndose vacas, se ponen a errar a través del país de Argos. Proitos convoca a Melampus, adivino y purificador reputado: sus encantamientos, sus hierbas medicinales les devolverían la calma y las purificarían. Pero, como pago de su trabajo, Melampus pide la tercera parte del reino. Sin embargo, el rey se rehúsa y el mal empeora; sus hijas están cada vez más agitadas y la locura hace presa del resto de la población femenina. Por todas partes, las esposas salen de sus casas, desaparecen en el bosque, matan a sus hijos. La locura aumenta y, bajo la forma extrema de asesinatos de niños a los cuales se entregan las madres enajenadas, es ya una enfermedad que exige un medico, una mancha que requiere purificación. Finalmente Melampus obtendrá los dos tercios del reino. La locura enviada por Dioniso, su mania, aparece aquí como un mal que ataca a gran número de personas. Tres en primer lugar. Y pronto ninguna será perdonada.

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Jarra de cerámica ática representando a Melampo
con las tres prótides. Museo Nazionale di Archeologia.
Nápoles

En este relato -contado por Hesíodo- el dionisismo se presenta bajo la apariencia de una epidemia —que nada tiene que ver con la teoría del contagio, más bien como una epidemia de locura y danzas convulsivas. En el sentido griego, “epidemia” (επιδημία) es un término técnico del discurso sobre los dioses. Las epidemias son sacrificios ofrecidos a las potencias divinas: cuando ellas llegan al país, cuando se entregan a un santuario, cuando asisten a una fiesta o están presentes en un sacrificio.

Cuando los dioses residen en un país, “epidemizan”. Residentes sin ser sedentarios, como los médicos hipocráticos, cuyas prácticas itinerantes son las que componen precisamente las Epidemias: libretas de notas, breves protocolos, o más bien minutas que relatan el curso del mal; vademecum para describir los síntomas, las crisis, los cuidados, las reacciones.

Son los dioses migratorios los que tienen derecho a las epidemias. Tienen sus temporadas; se los llama; les convienen los himnos. Pero, junto a ellos, el dios más epidémico del panteón es seguramente Dioniso, el dios que viene: aparece, se manifiesta, viene a hacerse reconocer. Se lo encuentra por todas partes, no está en ninguna. No más en una gruta o en un rincón de la montaña que en la entrada de un santuario o en la luz de un templo urbano. Su efigie cae del cielo, su navío surge sobre la línea del horizonte del mar y, a la cabeza de un comando de mujeres, sitia las puertas de las ciudades.

Hay en Dioniso una pulsión “epidémica”. Divinidad sin cesar en movimiento, forma en cambio perpetuo, no está jamás seguro de ser reconocido; al pasear entre ciudades y aldeas la mascara extraña de una potencia que no se parece a ninguna otra.

Dioniso es epidémico en el sentido pleno en una serie de relatos acerca de sus entradas —más terribles que felices—, pues son más bien historias llenas de ruido y de furor que se cuentan un poco por todas partes ¿Como no escuchar semejantes relatos de un dios tan mal recibido, y desde siempre calificado de extranjero? Para algunos el recien venido del norte es el dios que trae consigo el virus de la zozobra, una religiosidad salvaje, manifestación de poder de un dios cuya epidemia se manifiesta en compañía de las Ménades, un Dioniso que habita las potencias de la vid y que, cuando su jugo brota, el vino precipita al hombre en la bestialidad o lo transporta hacia el éxtasis divino.

Fuente: Marcel Detienne, Dioniso a cielo abierto (Barcelona, Gedisa, 2003).

5 comentarios en “La epidemia de los dioses

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