¿Nos impide Internet acceder a nuevos puntos de vista?
¿Condicionan nuestras búsquedas habituales en la red el tipo de información que recibimos?
¿Los motores de búsqueda limitan nuestra creatividad?
En diciembre de 2009, Google comenzó a personalizar los resultados de las búsquedas de todos sus usuarios, arrancando así una nueva era en la que las webs que visitamos se van adaptando a nosotros como por arte de magia. La lucha por recopilar datos personales y ajustar nuestra navegación en función de éstos es el nuevo campo de batalla de los gigantes de Internet. Cada uno de nosotros vive en un universo de información personalizada, una burbuja a la que sólo acceden las noticias que se ajustan a nuestros intereses y preferencias, limitando la exposición a ideas, opiniones y realidades ajenas.
“Búscalo en Google” se ha convertido en una respuesta habitual a preguntas que parecen demasiado triviales como para merecer una conversación humana. Pero, ¿verdaderamente es una respuesta? En la última década, Internet, que nació para facilitar el flujo de información, se ha visto sometido a los intereses económicos. Aumenta el número de webs que adaptan sus servicios a la idiosincrasia de cada usuario en particular. Google se fija en nuestras consultas anteriores (y en los clics que las siguieron) y criba sus resultados de búsqueda en consecuencia, por lo que la búsqueda de un mismo tema arroja resultados diferentes para personas distintas.
Con Facebook ocurre algo similar, sólo vemos las actualizaciones con las que estamos de acuerdo y las de los amigos más íntimos. Esto no es casualidad. Facebook se basa en nuestras interacciones previas para predecir qué y quién es más probable que nos interese. Las fuentes de información que vemos en Facebook las escogemos nosotros y nuestros amigos, con los que solemos compartir intereses. Twitter, por su parte, nos recomienda los últimos tuits que “nos perdimos” cuando entramos, censurando también, en cierta medida, las visiones diferentes. Este algoritmo se basa en nuestros comentarios, en nuestros «me gusta» o en los enlaces que pinchamos con la finalidad de contentarnos y de que pasemos el mayor tiempo posible inmersos en la red social. En definitiva, la elección de nuestra red de fuentes reduce la diversidad ideológica a la que nos exponemos.
Esta selectividad podría ser uno de los efectos más perniciosos de Internet en la esfera pública, como, por ejemplo, negarnos el fácil acceso a intereses o puntos de vista diferentes al nuestro, ya que los resultados de búsqueda responden a una fórmula que se nutre de nuestras preferencias.
Dicho mecanismo es conocido como «filtro de la burbuja», que, según la definición que nos proporciona Wikipedia, «es el resultado de una búsqueda personalizada en donde el algoritmo de una página web selecciona, a través de predicciones, la información que al usuario le gustaría ver basado en información acerca del mismo (como localización, historial de búsquedas, y elementos a los que les dio clic en el pasado) y, como resultado, los usuarios son alejados de la información que no coincide con sus puntos de vista, aislándolos efectivamente en burbujas ideológicas y culturales propias del usuario».
El término acuñado por Eli Pariser da nombre a su reciente indagación (El filtro burbuja, Taurus, 2017 [Penguin Press, 2011]) en los riesgos de la personalización excesiva, desde Facebook hasta Google, pasando por cualquier portal de noticias.
Pariser explica las consecuencias que esa personalización tiene sobre nosotros, sobre la información que nos llega y, en última instancia, sobre el funcionamiento de la democracia. El autor plantea una nueva visión que explote los beneficios de la tecnología sin caer en sus peores efectos: la tecnología podría buscar alternativas para ofrecer noticias más plurales y veraces, e introducir una mayor diversidad en sus resultados de búsqueda y en sus recomendaciones. Los Gobiernos, afirma, deberían intervenir activamente para imponer normativas a los nuevos intermediarios de la información y garantizar que la gente tenga un control total sobre sus datos.
El hecho es que la burbuja invade lo que pensamos y carece de criterios éticos: para Internet eres lo que buscas. Dice Pariser en su libro: «Los filtros personalizados presentan cierta clase de autopropaganda invisible, adoctrinándonos con nuestras propias ideas (…) La personalización puede conducirnos a un cierto determinismo informativo en el que aquello sobre lo que clicamos en el pasado determine lo que vayamos a ver después, un historial web que estamos condenados a repetir una y otra vez. Podemos quedarnos atrapados en (…) un bucle infinito sobre nosotros mismos».
La inquietud principal es la posibilidad de que se cree una infraestructura de vigilancia similar al Gran Hermano que represente una pesadilla para la privacidad. En los estados despóticos, la personalización también puede reforzar la censura, ya que los algoritmos que determinan qué anuncios mostrarnos también podrían suponer qué noticias no mostrarnos. Por consiguiente, al mostrar algunos resultados y bloquear otros, la burbuja desempeña un papel fundamental en nuestras decisiones e influye en nuestra manera de pensar. Tanto Pariser como numerosos expertos han mostrado su preocupación por las repercusiones políticas y sociales de la personalización en los filtros de los motores de búsqueda, lo que influiría, sin lugar a dudas, en el futuro de nuestra educación política y cultural. Pero no está claro si la personalización supondrá en el futuro un verdadero peligro o si, en verdad, en la práctica es posible la existencia de una red sin filtros.
No obstante, sus teorías son una advertencia sobre los peligros del exceso de personalización y reflejan claramente los miedos que nos asaltan a muchos usuarios de Internet.
Enlaces de interés:
Green, Holly (29 de agosto de 2011). «Breaking Out of Your Internet Filter Bubble». Forbes.
Pariser, E. (2017), El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Traducción de Mercedes Vaquero, Madrid, Taurus.
Es denunciable la cantidad de publicidad y propaganda barata que se cuela en nuestras búsquedas y en cualquier página que abrimos. Creo que no somos conscientes del poder que ejercen esas empresas en nuestro día a día.
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Estoy de acuerdo con el comentario anterior, pero doy gracias al ratón mágico que me permite acceder a la información cuando la necesito y sin moverme de la silla. Se acabaron las fotocopias y los tiempos de espera en la biblioteca ¡Gracias Google!
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¡Ay, San Google!
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He leído sobre cómo personalizar los patrones de búsqueda mediante plugins y me parece una opción muy útil cuando investigas sobre un tema en concreto. No hay que ponerse «paranoicos» porque todas estas herramientas nos ayudan más que controlan, aunque es cierto que nada es gratis.
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