ʻErosʼ es el término con el que los griegos designaron al Dios Amor. Eros significa el ʻdeseo sensualʼ, que en Grecia tuvo diferentes representaciones de acuerdo con las épocas. En la Teogonía de Hesíodo (s. VII a.C.), Eros es el principio universal que asegura la reproducción de las especies; naciendo del Caos, igual que Gea (la Tierra), preside las uniones de los titanes, deidades concebidas por Gea (Tierra) y Urano (Cielo), las de los Olímpicos o dioses principales y, por último, las de los hombres. En definitiva, podemos considerar a Eros como el dios primordial responsable de la atracción sexual.


En la teogonía órfica, Eros surgió con sus alas de oro del huevo primordial, símbolo de feliz plenitud que, al dividirse, formaría el cielo y la tierra. A menudo llamado también ʻProtógonosʼ (primer nacido), ʻPhanesʼ (el que hace brillar), Eros es un ser doble, bisexual y hermafrodita, capaz de unificar con su poder los aspectos diferenciados, incluso contrarios, de un mundo concebido como una fragmentación y degradación del ser inicial.
Sobre la naturaleza de Eros, en el Banquete (o del amor) de Platón, vemos cómo Sócrates, uno de los personajes que intervienen en el diálogo, lo describe como un demonio o genio mediador entre los dioses y los hombres, nacido de la unión de Poro (el recurso) y de Penia (la pobreza): es como ella, una fuerza eternamente insatisfecha que, con astucia, como el recurso, siempre consigue aquello que persigue.
Sin embargo, la tradición le atribuye a Eros otras genealogías, la más difundida de las cuales lo hace hijo de Afrodita y Ares.

Eros ha sido representado bajo la imagen de un niño travieso armado con arco y flechas, o bien portando antorchas con las que inflama los corazones de pasión irresistible.

En la teoría psicoanalítica, Eros es el nombre genérico que Freud da al conjunto de las pulsiones de vida relacionadas con la sexualidad, a las que se opone el impulso de muerte, designado con otro nombre igualmente mitológico: Thanatos.
El adjetivo ʻeróticoʼ designa, en este sentido, lo relativo al amor, y especialmente al amor físico, así como a lo que suscita el deseo y el placer sexual.
El erotismo varía de acuerdo con las épocas y las culturas; así, lo que en el marco de una época pudo tener un contenido altamente erótico, puede no tenerlo en otros momentos. Por ejemplo, para Octavio Paz, en Un más allá erótico, el erotismo es un hecho social, un acto interpersonal que exige la presencia de un ʻactorʼ y de un ʻobjeto ʼ. Sin el ʻotroʼ no hay erotismo; es su mirada, como el reflejo en el espejo, lo que hace posible la tensión del erotismo. Como lenguaje indescifrado que se comunica al ʻotroʼ, el erotismo espera siempre respuestas de tipo sexual:
“El erotismo –comenta O. Paz- es sexual. La sexualidad no es erotismo. El erotismo no es una simple imitación de la sexualidad: es su metáfora” (Bogotá, Tercer Mundo editores, 1994, p. 26).
El lenguaje erótico se sirve de todas las formas de expresión para reproducir lo imaginado, sublimándolo: la pintura, la literatura, la escultura, la fotografía, la caricatura, el cine, son, a un tiempo, fuentes de restitución erótica de la mirada, opciones de un discurso fragmentado donde la insinuación erótica no se deja reducir a un principio, regla o norma.
«Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta». (Platón)

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