Almudena Villegas, gourmet de prestigio internacional, ha dedicado media vida al estudio de la alimentación en sí misma y como fuente de conocimiento historiográfico. Tras diversos ensayos, decidió novelar la decadencia del Imperio Romano a la luz de la figura del gastrónomo Apicio, un personaje que le fascina y al que comprendió en plenitud a través de una milagrosa casualidad. Villegas se sale de horma por cuanto gastrónoma que teoriza, por cuanto ensayista que va a la novela sin perder la gasolina de su inspiración: el asunto gastronómico.

Almudena Villegas
Dios está entre los pucheros nos dijo Santa Teresa, cocinillas ella entre el rayo místico, los conventos y los caminos de perfección. En todo caso, si Dios no está en las cocinas, sí que los fogones permiten un acercamiento a la civilización y al paraíso. Se dice que cualquier salsa, la más pedestre es, en sí misma, un grado supremo de evolución. Como una cantata o un claroscuro de Caravaggio. Y es que de las cocinas y la evolución histórica de las mismas ha hecho Almudena Villegas un modo de contar el tiempo y hasta de contarse a sí misma. Porque si en este catálogo de los fuera de horma han abundando músicos puestos en prosa, bailarinas puestas en prosa, o hasta moteros puestos en prosa, con Villegas llegamos a la gourmet venida a historiadora de la mesa, a la ensayista evolucionada a novelista y a un eslabón cordobés de esa nómina que comienza en Apicio, sigue con Camba y Cunqueiro, prosigue con Manolo Vázquez Montalbán y se detiene en Córdoba y en Almudena Villegas.
El ensayismo a la mesa
Más tarde, en otro girar de horma, Villegas dedica todo un ensayo al salmorejo: plato refinado por el tomate en una última fase, pero con una receta que explica la evolución de la Humanidad (El libro del salmorejo). Y en tercer lugar, entre las conferencias, la teorización de la Gastronomía, arriba el último giro de Villegas: la novela. La novela histórica a través de Apicio, aquel celebre sibarita de Roma por la cual no pocos manjares del Oriente entraron en el mundo latino. Y es precisamente en la novela Triclinium donde la autora pone a rodar en ficción toda esa despensa de vivencias, sensoriales y documentales, que usó en Gastronomía romana y dieta mediterránea: el recetario de Apicio. La novela mezcla los banquetes en la época de Tiberio con la Roma más hedonista; por ella corren los nervios fundamentales de la novela histórica: documentación, ritmo, evocación de un tiempo y un lugar.
Pero de todo sobresale la elección de un hombre, el gastrónomo Apicio, como protagonista y símbolo del ser culto, leído, viajado, que invierte la vida en eso de convertirse en lo que con el tiempo se denominará «gourmet» con algo de ampulosidad gala. («¡Oh!, aquella noche estaba invitado en casa de Apicio y se relamía al pensar con qué platos les deleitaría su amigo. Su ingenio no conocía fronteras, todos los invitados soñaban con sus cenas, y jamás les defraudaba. El talento y la inventiva de Apicio no tenían límites, era capaz de asombrar al más experimentados gourmet, no sólo en lo relativo a la comida, también en la presentación de los platos, en la decoración de las salas y los jardines, en música y mil pequeños detalles más que hacían que sus cenas fueran únicas.»).
Texto adaptado del original publicado en El Cultural.
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