Farmacología femenina en la antigua Roma

«Vengo de la escuela de medicina de Heliópolis
y estudié en la escuela de mujeres de Sais, donde
las divinas madres me enseñaron a curar las enfermedades».
Del Papiro médico Kahun (2500 a.C.)

 

 

Agnodice, la primera ginecóloga de la historia

Agnodice, la primera ginecóloga de la historia

La historia de la medicina grecorromana se ha centrado sobre todo en el saber profesional de los médicos como protagonistas de la Historia, pero no ha ocurrido así con la historia de la medicina ejercida por mujeres. Desde el patriarcado se ha tratado por todos los medios de desvincular saber y mujer, impregnando este imperativo a sus mitos, creencias y mandatos. Este mismo androcentrismo que impregna a la Antigüedad clásica, griega y latina, mantuvo ocultas a las mujeres y quedan pocos y parciales testimonios de ellas. Sin embargo, sería injusto no mencionar la presencia femenina en los inicios de la farmacología, una ciencia que, en sus orígenes, era un universo prácticamente femenino.

Desde tiempos remotos, la mujer ha participado en la práctica de la medicina, pues ya las tradiciones orales de las sociedades antiguas nos hablan de la mujer como recolectora y descubridora de las propiedades medicinales de las plantas. Esta circunstancia se traduce en la existencia de una medicina popular basada en remedios naturales y ejercida por mujeres. A todas ellas podemos considerarlas las primeras mujeres sabias de la historia.

Los inicios de la medicina naturalista arrancan en un estadio primitivo del pensamiento mágico donde podemos hablar de una medicina mágica ligada a la religión y la superstición. Magia y medicina corren paralelas en los primeros tiempos, compartiendo no sólo la finalidad de sus métodos, sino también numerosos ingredientes que los antiguos llamaron «venenos», en su mayoría sustancias vegetales obtenidas de raíces, hojas y cortezas de plantas. Su aplicación con fines terapéuticos se registra ya en las escrituras de conocimiento médico más antiguas, donde se describe el uso de plantas como el opio, la belladona, la mandrágora, la adormidera, el beleño y los hongos venenosos.

Tanto la medicina como la vida misma estaba dominada por las supersticiones, los espíritus, las prácticas y convicciones religiosas

Este tipo de plantas que presentan sustancias psicotrópicas fueron de gran utilidad médica en la Antigüedad clásica, ya que sirven para el tratamiento de problemas mentales y para calmar el dolor, como, por ejemplo, el opio o la adormidera, de los cuales se extraerá más adelante la morfina y la codeína. El opio, empleado para el alivio de toda clase de dolores, el estreñimiento, la inducción del sueño y con fines eutanásicos, puede considerarse un ejemplo perfecto de phármakon, término de origen griego que hace referencia tanto al poder curativo como tóxico de las sustancias que se emplee, dependiendo del uso que se hiciera de las mismas. Por su parte, la adormidera (Papaver Somniferum) o «planta del opio» de la familia de las Papaveraceae, se caracteriza por la presencia de diferentes alcaloides con propiedades analgésicas, antitusivas, sedativas e hipnóticas.

                               

En la Odisea (IV 221 s.) Homero nos relata que Helena de Troya había sido instruida por la egipcia Polidamna en el uso de la adormidera para disipar el dolor y hacer olvidar todos los males:

«… ingeniosas y muy buenas, que dióle Ton, la esposa de Polidamna, en Egipto; allí mucho las tierras de pan producen, y la mezcla de unas es buena, y la de otras nociva; allí todos son médicos; nadie en el mundo es más sabio, porque allí del linaje de Peán todos descienden»

La belladona, llamada en  la Edad Media «planta de los hechiceros» en la creencia de que brujas y hechiceros la utilizaban, junto con el opio y el beleño, para adquirir extraordinarios poderes, se empleaba en la Antigüedad como una droga psicoterapéutica, mixturada con brotes de álamo secos, hojas de adormidera y beleño para calmar los dolores.

La belladona, una planta medicinal | Plantas

Esta última (Hyoscyamus), una planta que presenta alcaloides tropánicos, tiene grandes virtudes medicinales, destacando su marcada acción sedante y relajante muscular. Sus propiedades alucinógenas hicieron del beleño la hierba de las brujas medievales, que, aplicándoselo en forma de ungüento, sentían tal ingravidez que se imaginaban, en su escoba, volando por los aires. También la mandrágora, una planta venenosa de la especie de las Solanaceae, de la que se extrae la atropina, fue una planta importante en la farmacopea antigua, a la que se le atribuían propiedades afrodisíacas y se creía que aumentaba la fertilidad en las mujeres, por lo que se empleaba en varios remedios y las mujeres la llevaban en forma de amuleto contra la esterilidad. Es citada por Plinio el Viejo (Naturalis Historia, XIV 19, 8) y Celso (De Medicina V 25), destacando su valor narcótico en las intervenciones quirúrgicas.

La mandrágora: los enigmas de la planta mágica

En cuanto a los hongos, su valor culinario era tan alto para los romanos que, tal como relata Petronio en el Satiricón (XXXVIII 4), fueron identificados con la vida ostentosa y placentera. La especie más peligrosa por su poder alucinógeno era la Amanita muscaria, un hongo crudo que, en palabras de Robert Graves (Los mitos griegos, I, 1985, pp. 6-7), produce «desenfrenos insensatos, visión profética, energía erótica y una notable fuerza muscular». R. Graves opina que la ambrosía y el néctar de los dioses probablemente procedían de este hongo intoxicante, que luego se convirtió en el elemento secreto de los Mitos Eleusinos y Órficos, y de otros asociados con Dionisio.

Una seta de cuento, pero peligrosa | El Correo

Las diversas drogas vegetales mencionadas, en un primer momento, de uso exclusivamente femenino, tenían en común su valor terapéutico y, curiosamente, efectos psicotrópicos. Mujer, magia y medicina aparecen asociados en un principio.

La medicina naturalista como signo externo de feminidad.

Fuera de las labores humanitarias, centradas en los cuidados del parto o de la asistencia a los enfermos, hallamos a la mujer romana inmersa en labores de farmacopea vegetal y será en este campo donde va a encontrar un lugar donde desarrollar sus habilidades como sanadoras y transmisoras de un saber popular. Esta labor se desarrolla principalmente en el culto de Bona Dea, diosa de la fertilidad, castidad y la sanación, de cuyo templo se dice que era una verdadera farmacia, o parafarmacia, para ser más exactos, ya que en él las sacerdotisas aprendían el arte de la curación por medio de remedios naturales, en su mayoría, hierbas medicinales.

Bona Dea era, ante todo, una divinidad asociada a la feminidad, pues su culto estaba reservado a las mujeres y la entrada a los hombres estaba prohibida. Macrobio la llama «la diosa de la que los hombres se alejan con horror» y cuenta que algunos la identifican con Medea, «puesto que hay en su templo todo tipo de hierbas con las que las sacerdotisas producen remedios» (Saturnalia, I 12).

Así pues, la farmacopea estaba ligada al culto de la diosa y sus sacerdotisas ejercían la medicina apartadas de la ciencia oficial, sin título ni reconocimiento. Durante mucho tiempo fueron las encargadas de atender con sus remedios a las mujeres, por lo que nos encontramos con una medicina ejercida por mujeres y para mujeres. Pero este espacio propio se ve pronto invadido por la ignorancia y el miedo al saber de las mujeres que habían recurrido a sus conocimientos para hacer brebajes, pócimas, ungüentos, pomadas, filtros de amor y otros preparados con los que, según la creencia misógina y supersticiosa de la época, preparaban venenos y remedios abortivos. De ahí a la acusación por magas y hechiceras sólo había un paso. En ambos casos la pena era la muerte.

La Bona Dea romana

Bona Dea | sobreleyendas.com

No debe extrañarnos que la nefasta costumbre de las mujeres de manejar venenos, en el amplio sentido del término, ocasionara numerosos y escandalosos procesos (veneficia matronarum), en los que se condena y se ejecuta a miles de mujeres acusadas de envenenar a sus maridos y a cuanto hombre se interpusiera en su camino. Sin duda, en el subconsciente colectivo estaba la bruja preparadora de bebedizos letales.

Varios años y varios crímenes más tarde llevaron al Imperio a dictar las primeras leyes antiveneno: la Lex Cornelia de sicariis et veneficiis (81 a.C.), que castigaba tanto el homicidio como la intención. y afectaba a los comerciantes de afeites (pigmentarii) que hubieran vendido, entre otros productos, cicuta (cicutam), acónito (aconitum) o mandrágora (mandragoram), sustancias vegetales que se preparaban en forma de polvo o de líquidos para beber. Se diría que introducir el veneno en las comidas parecía de lo más normal. Así cobra sentido la frase de Apuleyo (Apol., 26) «quien acusa a un envenenador (qui venenarium accusat), come más escrupulosamente (scrupulosius cibatur)«.

Para consultar el texto completo: Real Torres, C. (2014). Farmacología femenina en la antigua Roma: una medicina alternativa. In Género y conocimiento en un mundo global. Tejiendo redes. Servicio de Publicaciones, Universidad de La Laguna, 396 – 410.

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8 comentarios en “Farmacología femenina en la antigua Roma

  1. javit896970 dijo:

    Su apartado sobre tradición clásica es el que me resulta más interesante, tal vez porque es el que mejor entiendo, ya que soy un apasionado de la antigüedad y la cultura grecorromana. La felicito por entretenernos con estos artículos tan bien escritos. Un cordial saludo.

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