Origen de la alquimia

Cuando se menciona la palabra alquimia, por lo general, se piensa en algo esotérico y misterioso, más relacionado con las ciencias ocultas que con las ciencias de la naturaleza. Sin embargo, la alquimia, cuyos inicios se deben al estudio de la transmutación de los metales, fue la precursora de la química. Su búsqueda del oro a través de los metales más comunes, de la inmortalidad o del santo Grial, la han dotado de un halo de misticismo y espiritualidad que la llevaron a objetivos más altos como son descubrir el origen y el sentido de la vida y el universo.

Esta idea enlaza con la hipótesis sobre los metales propuesta por Mircea Eliade en su libro Herreros y Alquimistas: el hombre primitivo se sintió atraído por los metales que extraía de la tierra, imaginados como semillas que crecían en un vientre materno; por ello, el trabajo de los metalúrgicos iba acompañado de ciertos ritos que imitaban a los de un parto. Ya Aristóteles en su Meteorológica defendía la tesis de que los metales se gestaban en la tierra, en cuyo interior los menos perfectos van evolucionando hacia los metales nobles, de los que el oro es su máxima expresión: el metal perfecto.

De todo ello se deduce que los metales han jugado un papel esencial en el desarrollo de la alquimia y, por tanto, de la química.

La alquimia griega nace en el siglo IV a.C. en Alejandría (Egipto), por aquella época convertida en centro artístico y científico de Oriente, y se extiende rápidamente por el Mediterráneo occidental, siendo transmitida por los árabes al Occidente cristiano. El arte sagrado de los metales estaba en manos de los sacerdotes egipcios, mientras que los griegos, que consideraban la ciencia de la materia solo como objeto de especulación filosófica, se dedicaban a procesos químicos más prácticos como la cerámica, el vidrio, los tintes o la metalurgia.

En busca del oro

El conocimiento alquímico no estaba al alcance de cualquiera, solo de los elegidos. El alquimista para obtener la transmutación de los metales debía no solo realizar determinadas pruebas de laboratorio, sino, además, adquirir el conocimiento necesario a través de la iluminación; y, una vez alcanzado, le estaba prohibido revelar los secretos bajo pena de muerte por envenenamiento (El veneno utilizado era el cianuro, por lo que a este castigo se le llamaba la «pena del melocotonero», ya que se obtenía de la destilación de sus almendras).

Este secretismo se refleja en el lenguaje plagado de símbolos y metáforas, en un vocabulario que se fue haciendo cada vez más oscuro para impedir a los no iniciados el acceso a las técnicas alquímicas, sobre todo en lo referido a la conversión de metales en oro.

En este lenguaje alegórico se empleaban tanto signos, muy próximos a los jeroglíficos egipcios, como números o letras en unos tipos de «combinaciones místicas». Por ejemplo, la palabra «abracadabra», escrita en una forma determinada tenía valor de amuleto contra las enfermedades. Así, también los números jugaban un importante papel -según las doctrinas pitagóricas-; eran números místicos: el dos (de los dualismos), el cuatro (de los cuatro elementos), el tres (de la Trinidad vida, materia e inteligencia), los otros primeros números impares, es decir, el cinco, el siete y el nueve (cuadrado, además, de tres), el quince (suma de los tres primeros impares, 3+5+7)… Es interesante el ejemplo del siete: siete eran los metales conocidos, lo que les lleva a dividir el tiempo en espacios de siete días, que llaman semana (septimana), dando a cada día el nombre de uno de los siete planetas.

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También acudían a animales y plantas para hacer representaciones alegóricas: el león amarillo era símbolo de los sulfuros amarillos y el águila negra de los sulfuros negros. Los colores de algunos de esos seres vivos tenían una gran simbología, sobre todo el color amarillo, que representaba el oro y el sol (plantas con flores o raíces amarillas, animales como la salamandra, por las manchas amarillas de su cabeza, etc.)

Por otra parte, los alquimistas concebían el mundo como una unidad, estando en perfecta armonía el individuo (microcosmos) y el universo u orden superior (macrocosmos). Esta idea básica de la unidad fundamental de la materia está representada en la frase de «todo es uno», simbolizada, a su vez, por el ourobouros o serpiente que se muerde la cola

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El ourobouros en un texto de la alquimia griega (del manuscrito Parisianus 2327)

Volviendo a Alejandría, en aquellos momentos se dan una serie de circunstancias que favorecen el desarrollo de la alquimia: convergen la filosofía griega y las filosofías orientales, la astrología y el gnosticismo, unido todo ello a la magia, a la mística y al hermetismo, a lo cual hay que añadir después el cristianismo. Y este conjunto de ideas y doctrinas converge, a su vez, con el saber práctico en química aplicada, en el que los artesanos egipcios eran muy diestros.

Las fuentes de información más importantes son los testimonios de los alquimistas griegos, de los cuales apenas conservamos unos pocos. Se cree que estos textos fragmentados se hallaban recopilados en un manuscrito original (que se ha perdido), del que se hicieron después una serie de copias. La más antigua -al menos en lo que se conoce hasta el momento- fue escrita entre los siglos X y XI d.C. Se trata del manuscrito Marcianus 299, de la biblioteca de San Marcos de Venecia. Otros dos importantes manuscritos de la alquimia griega, que son ya copias posteriores de los siglos XIII y XV d.C. se encuentran en la Biblioteca Nacional de París (llamados por eso Parisianus).

A través de estos escritos alquímicos se conocen los nombres de los primeros alquimistas, como Zósimo de Panopolis, un egipcio que vivió en Alejandría hacia los últimos años del siglo III d.C. o principios del IV. Resulta ser el alquimista más antiguo e importante que escribió una especie de enciclopedia alquímica, denominada Cheirokmeta, presentada en forma de cartas a su hermana Teosobia, donde hace mención, entre otros temas, a muchas recetas y técnicas de laboratorio. Ostanes, místico persa citado también como mago, del que se dice vivió hacia el 300 a.C.; parece que combinó la astrología con las doctrinas de Zoroastro, con su magia y dualismos del bien y el mal, la luz y la oscuridad, ideas que se extenderían por Babilonia, donde tomaron gran arraigo. Hermes Trimegisto, considerado el padre de la alquimia y la astrología. Aunque se afirmaba que vivió alrededor del 150 a.C., muy probablemente es tan sólo una figura legendaria. A él se atribuye la autoría de los libros llamados herméticos, recopilados principalmente en Egipto hacia el siglo II a.C. Posidonio (aprox. 135-50 a.C.), original de Siria, gran filósofo estoico al que se le debería después la fusión de la filosofía griega con la magia y astrología orientales. Otros como Bolos de Mende, conocido también como Demócrito y autor del texto Physica et Mystica, donde realiza interesantes descripciones sobre procedimientos y técnicas de tintes y, sobre todo, del arte de joyería, con recetas de cómo obtener oro y plata, y María la Hebrea, artífice de una serie de aparatos para calentar, destilar y sublimar que supusieron un avance para la alquimia. Ambos son citados por Zósimo en sus escritos, aunque no hay seguridad plena de su existencia. Y es aun más dudosa la de Cleopatra, otra mujer alquimista nombrada en esos textos. 

CLEOPATRA

Dibujos de aparatos y símbolos atribuidos a la alquimista Cleopatra (según los manuscritos Parisianus).

Origen de la alquimia

Sobre los orígenes de la alquimia griega, la opinión más extendida es que tuvo lugar en Egipto. No obstante, otras voces opinan que habría que situarlos en Siria, concretamente en la ciudad de Harran, donde existía una forma primitiva de gnosticismo y en la que habría vivido hacia el 200 a.C. Agatodaimon, un importante alquimista discípulo de María la Hebrea. Una teoría alternativa sería que, si bien la alquimia surgió en Egipto, fue debido a los conocimientos aportados allí por refugiados procedentes de Siria y otros puntos de Asia que huían ante la invasión de los persas. Por otra parte, algunos investigadores piensan que los primeros alquimistas podrían haber sido judíos, como lo demuestra la personalidad de María la Hebrea, primera autora de la mayoría de los procesos y técnicas de la alquimia griega, como el famoso baño de agua o baño-maría, o bien el tribikos, aparato de destilación con tres brazos terminado cada uno en un recipiente colector de vidrio (llamado bikos o bixos, según la transcripción del griego) que era utilizado sobre todo para obtener agua de azufre.

y, el más importante, el kerotakisrecipiente cerrado en cuyo interior se situaba una lámina de hierro sobre la que se colocaba un material sólido que se sometía a la acción de un vapor sublimado. Solía estar sobre un curioso soporte en forma de tres pies de león.

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Kerotakis | Mujeres y Alquimia

Esta hipótesis sobre el origen judío viene avalada también por las frecuentes palabras hebreas y las referencias a nombres bíblicos de los textos de alquimia de esa época.

En cuanto a la interpretación del proceso de destilación, los alquimistas acudían a la teoría filosófica griega de los estoicos sobre el pneuma: identificaban como pneuma a los productos de la destilación, tanto los vapores o espíritus como los líquidos. Zósimo explicaba por medio de la destilación la teoría de los cuatro elementos: se produce un residuo sólido, líquidos que pasan a la destilación y «espíritus», que se desprenden. Pues bien, el residuo sólido representaría la tierra; los líquidos, al agua; los «espíritus», al aire, y el fuego, que se empleaba para calentar era el medio de purificar y también el alma invisible de todos los cuerpos.

En cuanto a los materiales que podían producir esos cambios de color sobre los metales, los alquimistas centraban su atención en el mercurio, azufre y arsénico, de los cuales por sublimación o destilación, bien de ellos directamente o de sus compuestos, se obtenían fácilmente vapores. Con estos vapores se podía tratar el metal por un proceso mucho más sencillo que el de cementación (calentamiento de un metal junto con otro producto, con lo que se formaba un material con nuevas propiedades), que era lo que tradicionalmente se había hecho. Había que controlar con cuidado el grado de calor en esos procesos, para lo cual utilizaban baños de agua, arena o cenizas e, incluso, hornos. Para Zósimo el azufre sería el mejor material para producir esos cambios en los metales, como tal o como «agua de azufre», llamada también «agua divina» (ya que la palabra griega theion tiene los dos significados). Así, Zósimo da una receta proveniente de María según la cual, para conseguir la transmutación de una lámina de cobre a oro, se yuxtaponía dicha lámina a otra de oro y se exponían ambas a la acción de los vapores del agua divina mediante un proceso de reflujo. El kerotakis sería el aparato idóneo para esta operación.

Otros alquimistas, como Agatodaimon y Bolos, suponían al contrario que Zósimo que no sería el azufre, sino el arsénico o sus compuestos el material clave para estos procesos. Así, el sulfuro de arsénico por fusión con natrón (carbonato de sodio) o con mercurio, originaba óxido de arsénico, un sólido blanco que, si se calentaba en un kerotakis en el que se hubiera colocado cobre, daba lugar a un sublimado (arsénico elemental) que producía en el metal un color blanco plateado (transmutación a plata).

La manipulación de los compuestos de arsénico proporcionaba una gran variedad de efectos de coloración, así como el cinabrio (óxido de mercurio, de color rojo), que al calentarlo se decoloraba a blanco (mercurio blanco metálico). Era el misterio perfecto para los alquimistas, que también habían observado que en esa operación se desprendía un «espíritu», que hoy en día sabemos que es el oxígeno.

Otro de los pilares del proceso de transmutación era la preparación de un material que actuase sobre el metal para conseguir así que aquélla se produjera. Zósimo creía en la existencia de una sustancia que, de forma casi mágica, podría hacer que la transmutación fuera mucho más rápida. Sería como un fermento o «medicina» del metal enfermo (o metal corriente). Por eso lo llamaron xerion (término usado para designar polvo medicinal o también cosmético). Después, este concepto evolucionaría en la alquimia árabe y europea hacia el concepto de piedra filosofal (y también de elixir de la vida), aunque los mismos alquimistas griegos hablaron a veces de «la piedra». Se proyectaba en forma de polvo seco sobre el metal, de ahí el nombre de «proyección» dado por los alquimistas al proceso de preparación del oro. En ocasiones también lo designaban como tintura, ya que era un agente que, una vez aplicado, tras diversas operaciones producía los cambios de color que daban lugar a la transmutación a oro o plata.

Origen de la palabra «química»

En el mundo clásico no había una palabra específica, ni en griego ni en latín, para referirse expresamente a la química práctica. Ni tampoco en egipcio Y en cuanto a la alquimia, durante los primeros siglos de su existencia se la conocía como arte sagrado, ciencia divina, arte de Hermes o simplemente «arte». No obstante, existe la palabra griega chemia (o también según las transcripciones chemeia o chymia), a la que se le puede atribuir ser el antecedente más probable de nuestra palabra «química». Ese término estaba relacionado con la metalurgia y significaba fusión o colada de un metal, si bien no fue utilizado hasta aproximadamente el año 300 d.C. La primera vez que aparece la palabra «chemia» es en ciertos textos de Zósimo, quien la emplea a veces cuando habla del arte sagrado realizado en el templo de Menfis dedicado a Phta, dios egipcio del fuego y del trabajo de los metales. 

Los árabes antepusieron su artículo «al» a ese término, resultando al Kimiya o alkymia. De aquí proviene la palabra «alquimia», con la cual se hizo referencia al hacer químico, manteniendo esa idea de «arte sagrado». En el siglo XVI se latiniza el término y comienza a aparecer sin el prefijo «al-«. Así, en los escritos de Paracelso, Agrícola o Livabius cada vez son más frecuentes los términos chymia, chymista, chymicus… La palabra alquimia, con el tiempo, se fue relegando para designar las prácticas de origen esotérico.

En resumen, gran cantidad de palabras relacionadas con la química y que solemos tomar como árabes -alquimia, alambique o elixir- son, en realidad, griegas en su origen. De la misma manera, en un principio se había pensado que la química debía a los árabes los primeros conocimientos empíricos en cuanto a la tecnología básica del laboratorio químico. No obstante, los historiadores de la ciencia al estudiar con mayor profundidad los documentos de los alquimistas griegos comprobaron que fueron ellos los que realizaron las aportaciones originales en ese sentido.

Bien lo demuestran sus descripciones de operaciones experimentales y, sobre todo, sus dibujos representando el montaje de los aparatos necesarios para llevar a cabo tales operaciones. Y muchas de esas técnicas que hoy seguimos empleando en nuestra actividad química diaria son, prácticamente, las mismas que empleaban aquellos alquimistas greco-egipcios en sus talleres.

Enlaces de interés

Arquímedes y sus inventos

Un laboratorio de alquimia del siglo XVI.

Referencias

Eliade, M. (1983). Herreros y Alquimistas. Madrid, Alianza Editorial.

Lindsay, J. (1970). The Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt. London-New York, Muller.

Multhauf, R. P. (1966). The origins of Chemistry. London, Oldbourne.

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7 comentarios en “Origen de la alquimia

  1. magisterblogblog dijo:

    ¡Vaya! Es un comentario denso y muy bien documentado. Como siempre me sorprende cómo enlazas cualquier tema con la tradición clásica. Nunca pensé que el origen de alquimia estuviera en los griegos. Creía que.había surgido a comienzos de la Edad Media. Gracias por enseñarnos tantas cosas.

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