El mito clásico en la España del Barroco: Velázquez y Quevedo

En un intento por acercar la literatura y la pintura a través de la mitología en la España del Barroco, tomaremos como referencia las obras de Diego de Velázquez y de Francisco de Quevedo para mostrar cómo sus miradas coinciden, desde lenguajes diferentes, en quitar heroicidad a los personajes míticos y hacerlos descender a lo humano e, incluso, a lo miserablemente humano.

Acorde al planteamiento aristotélico sobre los sentidos como fuente primordial del conocimiento, podemos decir que la pintura barroca propone una manera visual de acercamiento a la realidad. La imperfección, la vulgaridad y hasta la fealdad que se encuentran en la naturaleza tienen cabida en la representación barroca, pero ya no como copia directa de la realidad, sino como transformación y perfeccionamiento de la naturaleza a través del artificio; así lo afirma Quevedo en una de sus silvas:

Tú, si en cuerpo pequeño

Eres, pincel, competidor valiente

De la Naturaleza

Hácete el arte dueño

De cuanto crece y siente

Estamos frente a un arte que se propone producir efectos sobre el espectador sorprendiéndolo, conmoviéndolo. Con este propósito persuasivo los pintores españoles pocas veces acuden al género mitológico, quizás porque los únicos que podían encargar estos temas era la alta nobleza. Lo que no se puede aducir como causa de esa infrecuencia es el desconocimiento o valoración negativa de la mitología, ya que en la literatura del XVII abundan las alusiones y citas mitológicas, y había, además, un estrecho contacto entre poetas y pintores.

La mirada de Diego de Velázquez

Los dioses olímpicos de Velázquez están reducidos a talla humana. En La fragua de Vulcano (1630), si bien la composición es renacentista, el dueño de la fragua no es sino un tosco y barbudo herrero de mirada incrédula, sorprendido ante la noticia de la infidelidad de Venus.

Velázquez - La Fragua de Vulcano (Museo del Prado, 1630).jpg

La fragua de Vulcano (1630). Óleo sobre lienzo | Wikipedia

El Marte pintado entre 1639 y 1641 posa con desgano entre sus atributos de guerra: parte de la armadura, el escudo, la espada y la pica. Su aspecto roza lo caricaturesco. No es el dios de la guerra clásico, sino un hombre maduro, cansado y cuyo cuerpo comienza a presentar signos de flacidez. Velázquez ha puesto el mito en la tierra.

Velázquez - Dios Marte (Museo del Prado, 1639-41).jpg

El dios Marte (1640). Óleo sobre lienzo | Wikipedia

Quevedo o la degradación del mito

Recordemos que el género literario mitológico-burlesco, manifestación barroca de una retórica ya desgastada, se había iniciado en España con el romance de Luis de Góngora sobre la desgraciada historia de Hero y Leandro. Esta obra sirvió de inspiración a Quevedo para sus propias recreaciones del tema.

El trágico amor de Apolo por Dafne, y la metamorfosis de ésta en laurel, proveniente de la narrativa ovidiana (Ovidio, Metamorfosis,I), supone una ruptura con la tradición a través de la degradación del mito clásico. Observamos su intención burlesca en los Sonetos 545 y 546, en los cuales el motivo es la persecución inútil del dios.

Estamos frente al Quevedo escéptico y burlón.

Apolo, el dios de la belleza y de la armonía, es un platero de las cumbres, pero bermejazo, adjetivo con un sufijo propiamente aumentativo, y aquí con sentido peyorativo. Este sol pelirrojo a cuya luz se espulga la canalla (¡Imaginen al sol alumbrando a los que se despiojan!) rebaja su aura a simple perseguidor de mujeres (…Buhonero de signos y planetas / Viene haciendo ademanes y figuras / Cargado de bochornos y cometas).

Dafne, de ninfa, se ha vuelto prostituta, un ejemplo quevedesco más de mujeres pedigüeñas, frecuentes en su sátira antifeminista.

Apolo llega con la bolsa vacía y la sospecha es que le dé perro muerto, es decir, que burlándola se vaya sin pagar; de ahí el consejo para que ella acceda: paga y no alumbres, con un sutil juego de palabras.

Dafne huye del sol o se afufa aplebeyadamente y así se asemejará al noctívago murciégalo, término de comparación impropio hablando de ninfas, sorpresivo y casi desagradable.

Para aconsejar a Apolo acerca de los mejores recursos para seducir doncellas esquivas el poeta propone dos ejemplos: el de Marte (Marte sedujo a Venus a espaldas de Vulcano) que … en confites … gastó la malla, / Y la espada en pasteles y en azumbres. Y el padre de los dioses, seductor empedernido Volvióse en bolsa Júpiter severo: / Levantóse las faldas la doncella / Por recogerle en lluvia de dinero (Dánae estaba encerrada en una torre y Júpiter llegó a ella como lluvia de oro).

Y ya, por último, el final del soneto 545 es de chiste (… en escabeche, el sol se quedó a oscuras). La frase figurada «quedarse a oscuras» tiene el significado de «no lograr lo que se pretende». Lo humorístico de la expresión se acentúa al quedar el sol en escabeche, aludiendo a la metamorfosis de Dafne en laurel, aderezo en ese tipo de preparación culinaria. Desde luego, la agudeza verbal desplegada por Quevedo no tiene parangón.

En resumen, mientras el Renacimiento dignifica las figuras y las narraciones mitológicas a través de la alegoría y el ejemplo, el Barroco quiebra ese tratamiento descendiéndolas a una cotidiana humanidad o llegando hasta la caricaturización o lo grotesco. De esta manera vemos cómo dos genios del siglo XVII español, Velázquez y Quevedo, cada uno con su lenguaje, parten de la imitación pero transforman sus modelos. Buscan temas antes no abordados o nuevas formas para volver a los viejos temas.

Velázquez racionaliza la visión: pinta lo que el ojo ve. Los asuntos mitológicos se vuelven una experiencia más sobre cómo pintar la realidad. Quevedo, por su parte, desde una visión satírica de la realidad encara los asuntos mitológicos. No hay dioses sino miseria.

Ambos maestros son un claro ejemplo de posibles afinidades y correspondencias entre pintura y poesía, e igualmente ambos han dejado un testimonio que aún hoy nos conmueve.

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7 comentarios en “El mito clásico en la España del Barroco: Velázquez y Quevedo

  1. julioaguilarweb dijo:

    Buenas noches, Carolina,
    Muy interesante artículo, desde luego más que digno de haber figurado en «La Lechuza». En mi trabajo sobre Quevedo sólo pude escribir una parte de lo que deseaba, porque lo hice «a capella» y por otra razón que omito.
    Yo tuve hace años, aparte, claro, de «El buscón», cuya primera página es memorable (la recité teniendo unos 15 años ante la profesora de literatura y resto de alumnos), un libro, creo que «Los sueños», en cuya parte titulada, recuerda que voy de memoria, «Visita de las chistes», derrocha este diablo cojuelo ingenio a borbotones. No obstante, lo considero un autor negativo, por sus sempiternos arcabuzazos contra Góngora y otros.
    En cuanto a Velázquez, que en mi opinión es el pintor más sublime de la historia de la humanidad, me ha gustado especialmente tu alusión a «La fragua de Vulcano», cuya temática conozco. Sin embargo no había caído en la cuenta de lo que dices sobre «El dios Marte». Así que… nunca te acostarás sin saber una cosa nueva.
    Te felicito y me despido con un abrazo.

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