Los pasillos redentores

«Un vraie voyage de découverte

n’est pas de chercher de nouvelles terres,

mais d’avoir un oeil nouveau»

M. PROUST

(La auténtica aventura del descubrimiento

no consiste en buscar nuevos mundos,

sino en mirar con ojos nuevos.)

Los Centros de Enseñanza Superior a menudo encuentran que su primer desafío es lograr que los miembros de su propia Facultad entren por la puerta. El segundo es convencer a los docentes de que las diferentes formas de enseñanza, como el aprendizaje activo y el trabajo en grupo, producen mejores resultados que las clases tradicionales. El tercer, y quizás el mayor desafío, es ayudar al profesorado a instituir esas prácticas en el aula. Después de todo, cambiar la forma de enseñar es difícil y no siempre es exitoso en el primer, segundo o, incluso, tercer intento.

La principal razón -de la que se hacen eco los pasillos- es la falta de tiempo para planificar la enseñanza, además de otras responsabilidades tales como innumerables reuniones y labores administrativas, y -lo que es más grave-, cuando la investigación sugiere que el aprendizaje activo es realmente efectivo para los estudiantes, nos encontramos con aulas diseñadas como cárceles, sin ventanas, columnas de asientos fijos que escudriñan al profesor y un mobiliario sin posibilidades terapéuticas de redención.

Ya quedan lejos en el tiempo esas primeras escuelas donde se enseñaba a leer, escribir y recitar, en las que el maestro se sentaba en lugar propio y sus aprendices, de edades diversas, se agolpaban en mezcolanza a su alrededor, sentándose donde podían y de cualquier manera, con su estilete y su tablilla de cera en la mano. ¿Se imaginan lo que sentirían Platón o Sócrates si entraran en un aula de hoy en día?

También se respiran frustraciones con el alumnado. Nos quejamos de su faltas de asistencia, de que a menudo no se han preparado la clase o de que se resisten al aprendizaje activo. ¿Cómo vencer su resistencia al cambio? Es una tarea difícil escalar montañas, pero aún lo es más intentar alinear la enseñanza entre varios cursos o asignaturas. Si tratas de innovar en una sola materia, frente al resto de asignaturas que se imparten como una lección magistral, entonces tu alumnado rechazará participar activamente en su aprendizaje.

Antes de que los estudiantes puedan aprender, deben estar comprometidos.

Los docentes nos enfrentamos a un desafío fundamental: convencer a los estudiantes de que las formas más efectivas de aprender no siempre son las más fáciles de hacer.

El problema es que el aprendizaje efectivo requiere mucho trabajo y los estudiantes, como todos los humanos, prefieren que las cosas sean fáciles. La mayoría de nosotros, estudiantes o no, preferimos una ruta fácil en lugar de una difícil, especialmente cuando parece que la ruta fácil nos llevará al mismo destino (es decir, aprobar un examen).

Pero de nosotros y nosotras, los que recorremos pasillos intentando no desfallecer en el intento, depende hacer de lo difícil algo atractivo, porque al menos yo estoy convencida de que la mente del estudiante no es un recipiente pasivo, sino todo lo contrario, que aprender implica un trabajo activo por parte del aprendiz. Esto es importante, pero se hace necesario dar un paso más y abandonar claramente esa imagen de un cerebro inoculando ideas en otros cerebros sin mediación de cuerpos, acciones y cosas.

Escribir estas líneas puede parece un desahogo, pero también un esfuerzo. Después de todo, la escritura plantea algunos de los mismos desafíos que el aprendizaje: se beneficia de la lucha y el tiempo. Aparecen destellos de inspiración, pero no aparecen las palabras por arte de magia. Eso requiere esfuerzo, poner el trasero en el asiento y volver una y otra vez al borrador hasta que lo haces bien. Cuando lo consigues, por supuesto, nada lo supera. Lo mismo ocurre con el verdadero aprendizaje. El placer que obtenemos del dominio de los nuevos conocimientos y habilidades permanece en nuestro rincón como una motivación para que los estudiantes hagan el trabajo arduo que requiere el aprendizaje. No estoy de ninguna manera perdiendo la esperanza de que podamos mostrarles el camino hacia el aprendizaje real y guiarles por el camino correcto.

¿No era Quintiliano el que decía que el fin último de la educación era enseñar a los jóvenes a pensar por sí mismos?

«¿Por qué otra razón enseñamos a nuestros alumnos, si no es para algún día dejen de necesitar ser enseñados?» (Quintiliano, Inst. Or. II, 5)

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