El actual sistema educativo perjudica seriamente la salud

En los últimos 30 años las investigaciones sobre el cerebro han aportado evidencias sobre las relaciones que existen entre nuestras emociones y nuestros pensamientos, y la capacidad para ejecutar los proyectos de forma eficaz. Gracias a la neurodidática podemos conocer cómo funciona nuestro cerebro y replantearnos el funcionamiento del aprendizaje desde una perspectiva neurocientífica, llegando a la conclusión de que muchos de los síndromes neurológicos que hoy en día etiquetan a las personas no tienen por qué expresarse como dificultades de aprendizaje o de atención. 

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La neurodidáctica no es una metodología, sino la aplicación de los conocimientos que aportan las neurociencias en la selección de los métodos de enseñanza y el diseño de los procesos que favorecen el aprendizaje, lo que nos permite responder a preguntas clave sobre cómo la educación requiere la interacción recíproca entre la neurociencia, la psicología y la pedagogía. Como resultado de esta interacción podemos definir una serie de principios clave para la aplicación en el aula y deshacernos de algunos neuromitos de la educación que persisten en el siglo XXI:

  1. El cerebro conecta nueva y vieja información. Conectar la nueva información con conocimientos previos facilita el aprendizaje. Aprendemos mejor y más rápido cuando vinculamos la nueva información con lo que ya sabemos.
  2. No hay aprendizaje sin referencia al pasado. Cuando un niño aprende, lo hace a partir de un conocimiento anterior. No existe aprendizaje sin una referencia al pasado o a lo que conocemos.
  3. Anclar la información a lo conocido. Resulta, por tanto, inadecuado que se pretenda impartir conocimientos nuevos dentro de un vacío conceptual sin tratar de anclar la información a lo que los estudiantes ya saben.
  4. El vacío conceptual es motivo de fracaso. Este vacío es la razón por la cual los estudiantes tienen bases pobres en una materia en particular o no logren pasar de un determinado nivel a otro más avanzado.
  5. Sin bases no hay estructura. Utilizando la metáfora de la construcción de una casa, si su base es débil, ¿no es, acaso, irrelevante unas paredes robustas o un techo muy bien construido? Sin una buena base la estructura no puede ser sostenida.

El cerebro es plástico.

La neurociencia nos enseña cómo los cerebros no son únicos aunque la estructura básica sea la misma; es decir, cada persona aprende de forma diferente. No hay dos cerebros iguales. La neuroplasticidad puede explicar también por qué algunas personas han sido capaces de recuperar destrezas que se pensaba que estaban perdidas por culpa de alguna lesión, por ejemplo.

Asimismo, la neuroplasticidad tiene implicaciones para experiencias básicas en el aula y sobre lo que pensamos acerca de la educación. Mientras que en la década de los noventa se pensaba que los primeros años de aprendizaje eran cruciales, ahora se reconoce que el aprendizaje se da durante toda la vida.

Por consiguiente, la plasticidad de nuestro cerebro implica que podemos recuperar destrezas y que sus límites aumentan con la edad ¡Menos mal!.

El cerebro cambia con la experiencia.

Sabemos actualmente que nuestro cerebro es un sistema complejo que cambia constantemente con la experiencia. Cada pensamiento, cada sentimiento y cada experiencia alteran su forma física. Con la repetición y la práctica estos cambios se vuelven permanentes. Las áreas del cerebro que se utilizan tienden a reforzarse y las que no se estimulan se atrofian. Por tanto, se produce aprendizaje porque las neuronas se activan y se conectan entre sí. En otras palabras, es casi imposible para el cerebro no aprender, puesto que nuestra experiencia transforma nuestro cerebro día a día.

Si trasladamos estas ideas al aula, veremos que las personas nacen con diferentes habilidades que pueden desarrollar o perder dependiendo de los estímulos que reciba o de la falta de ellos. Lo que los estudiantes llevan al contexto del aula -sus conocimientos previos y experiencias pasadas- impactarán en la forma en que reciben dichos estímulos. La clave en la enseñanza es el potencial.

Desmontando neuromitos

He aquí una serie de neuromitos o falsas creencias que hasta ahora nos atormentaban:

1. Solo se usa un 10% del cerebro. Nuestro cerebro representa un porcentaje mínimo del peso total del cuerpo humano (en torno al 2%), pero consume aproximadamente un 20% de la energía disponible. Es evidente que con este gasto energético la evolución no podría haber permitido el desarrollo de un órgano con un 90% inútil.

El cerebro funciona de forma holística; es decir, todas las regiones se intercomunican a través de la red neuronal, compartiendo información, y cooperando para llevar a cabo operaciones más o menos complejas. Además, numerosas investigaciones han demostrado que cuando dormimos todas las partes de nuestro cerebro presentan algún nivel de actividad. Ahondando en las investigaciones realizadas por la neurociencia y el conocimiento actual que se tiene sobre el funcionamiento del cerebro, sabemos que hay diferentes regiones encargadas de procesar la variada información que reciben y no se ha encontrado ninguna región que no cumpla alguna función.

Desde el punto de vista educativo podemos afirmar que no existe límite al aprendizaje de las personas y que vale la pena el esfuerzo para llegar a poner en marcha esa gran maquinaria que es su cerebro.

2. La capacidad mental es heredada y no puede ser cambiada. Algunos creen que la inteligencia es fija y que debido a los determinismos genéticos no podemos hacer nada para cambiarla, mientras que otros creen que es posible desarrollarla y mejorarla mediante la educación. Esta diferente forma de entender la inteligencia repercute en el rendimiento académico del alumnado y en la autoestima de muchas personas. Muy al contrario a lo que afirma esta sentencia, la capacidad mental, lo que conocemos como “cociente intelectual”, no es fija y no existe un determinismo genético, sino solo ciertos condicionamientos y predisposiciones que pueden cambiar en respuesta a las experiencias de aprendizaje vividas.

Las creencias previas de los estudiantes y también las de los profesores sobre su inteligencia condicionan la forma que tienen de afrontar los retos. Por ello, en lo referente al alumnado, explicar cómo funciona el cerebro, conocer que el cerebro es plástico, que podemos generar nuevas neuronas o que la inteligencia es una capacidad maleable, constituye una puerta abierta a la esperanza porque permite desarrollar lo que Carol Dweck llama “mentalidad de crecimiento”, aquella que permite afrontar mejor los retos y desafíos que plantea la vida cotidiana al creer que las habilidades personales pueden desarrollarse.

Es cierto que, aunque existan regiones cerebrales y patrones generales involucrados en el aprendizaje humano, cada cerebro es único y singular. Las personas presentan características, capacidades y habilidades particulares que inciden en que unos aprendan más rápido a leer, otros resuelvan con más facilidad cuestiones matemáticas, mientras que algunos otros destaquen por sus habilidades deportivas. Además, cada estudiante llega al aula con su mochila de conocimientos y aptitudes que le facilitan el recuerdo de determinadas actividades o contenidos expresados en modo visual, auditivo o cinestésico, sin que por ello debamos concluir que su modo de aprendizaje debería canalizarse principalmente a través de una de estas vías sensoriales, ni siquiera cuando de modo individual expresan su particular inclinación y preferencia sobre uno de los estilos de aprendizaje frente a los demás. Hay una falta de relación significativa entre el estilo de aprendizaje preferido por los alumnos/as y lo memorizado, y que, en contra de lo que mantiene la teoría de los estilos de aprendizaje, los estudiantes aprenden mejor cuando utilizan combinadamente las tres modalidades sensoriales.

Desde el punto de vista educativo, no obstante, no debemos olvidar la diversidad de nuestros alumnos en el aula. No hay dos iguales y no aprenden todos de la misma manera. Es fundamental llevar a cabo una evaluación previa para conocer sus capacidades, aptitudes y conocimientos previos para así poder diseñar estrategias que se adapten a sus necesidades, tener en cuenta la plasticidad cerebral que favorece la mejora continua de sus capacidades, y no caer en etiquetas que puedan perjudicar el concepto que tienen de sí mismos (efecto Pigmalión), organizar la información y presentarla bajo múltiples modalidades sensoriales y tener en cuenta que el proceso de aprendizaje se verá beneficiado si atendemos a los múltiples factores que en él intervienen, ya sean cognitivos, emocionales, psicológicos, culturales…

3. Las diferencias de hemisferio dominante (cerebro izquierdo, cerebro derecho) pueden ayudar a explicar las diferencias individuales entre las personas.

Es un hecho que existen regiones específicas del cerebro que se ocupan de funciones concretas, como por ejemplo las Áreas de Broca y de Wernicke, encargada la primera de la producción del lenguaje y la segunda de su comprensión, que se localizan en el hemisferio izquierdo de la mayoría de las personas, incluidas las zurdas; o que determinadas actividades pueden tener lugar predominantemente en un hemisferio cerebral, como por ejemplo las actividades auditiva y visual, otorgando con ello al cerebro un comportamiento de tipo modular. Sin embargo, la neurociencia ha demostrado ampliamente que este sistema modular de funcionamiento es a todas luces insuficiente para explicar cómo trabaja el cerebro frente a procesos cognitivos complejos que requieren de la integración de diferentes redes neurales ubicadas en regiones cerebrales diversas. Más aún, podemos encontrar una amplia gama de estudios que, a través de imágenes cerebrales tomadas durante el procesamiento de tareas cognitivas, muestran que todas las áreas del cerebro reciben el flujo sanguíneo correspondiente, en mayor o menor medida, indicando con ello una clara actividad neuronal.

En esta misma línea encontramos “La Teoría de las Inteligencias Múltiples”, muy popular entre la comunidad educativa, según la cual es posible calificar a los alumnos en términos de un pequeño número de «inteligencias» relativamente independientes, como por ejemplo, lingüística, musical e interpersonal. Sin embargo, la complejidad de procesamiento general del cerebro hace que sea poco probable que algo parecido a la teoría de las Inteligencias Múltiples pueda servir para describirlo, y no parece ni exacta ni útil reducir la amplia y compleja gama de diferencias individuales a niveles neural y cognitivo a un limitado número de capacidades. El resultado, desde el punto de vista de la enseñanza, es que este neuromito indujo a creer que se debía enseñar a los niños según hubieran nacido con una predominancia de los hemisferios cerebrales, el izquierdo o el derecho, para así facilitar el aprendizaje a través de sus preferencias naturales. Sin embargo, la imaginería cerebral demuestra que usamos ambos hemisferios de forma integrada.

4. Entornos ricos en estímulos mejoran el desarrollo del cerebro en la primera infancia.

Se produce aprendizaje porque las neuronas se activan entre sí, se conectan entre sí, a través del proceso conocido como sinapsis, determinando con ello la capacidad de aprendizaje y el desarrollo de la inteligencia. Peter Huttenlocher, de la Universidad de Chicago, descubrió que el período postnatal es uno en el que la “synaptogénesis” (aumento de sinapsis) en la corteza cerebral humana se produce más rápidamente. A los dos años de edad, la densidad sináptica es máxima, y es también sobre esta edad cuando otros componentes de la corteza cerebral dejan de crecer y el peso total del cerebro se aproxima al de la etapa adulta. Se piensa que la riqueza de las sinapsis es la responsable de la gran plasticidad que presentan los cerebros inmaduros y de que en la etapa de madurez cerebral ciertas habilidades sólo puedan aprenderse con mucha más dificultad. Posteriormente, la densidad sináptica disminuye, llegando a ser en la adolescencia un 60% del máximo, es decir, tiene lugar un fenómeno que se conoce como “poda sináptica”.

Sin embargo, está demostrado que el cerebro continúa cambiando y desarrollándose hasta la edad adulta, aunque el cambio es menos radical que en la infancia, pues con la edad el cerebro se vuelve menos maleable, y empieza a perder neuronas en una tasa creciente. Pero no perdamos la esperanza, hay evidencia de neurogénesis – nacimiento de nuevas neuronas – en al menos una parte del cerebro en la edad adulta, el hipocampo, un área con un importante papel en el aprendizaje y la memoria.

En resumen, ¡muchas de las cosas que nos habían hecho creer sobre nuestras habilidades para aprender y triunfar en la vida resultan que no son del todo ciertas!

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