Dido. Reina de Cartago

Dido. Reina de Cartago nos brinda la oportunidad de adentrarnos en el mundo de la Antigüedad Clásica que, aunque parezca a primera vista lejano, es ni más ni menos que nuestro mundo, las raíces de nuestra cultura.

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Cuando cayó en mis manos esta novela y encontré en ella el nombre de Dido, me hizo recordar el tiempo en que descubrí la literatura latina, un género en el que la mujer aparece retratada como un ser débil, sin ambiciones y cuyo papel se reducía a ser poco más que un vientre a explotar. Pero he aquí que entre los pocos personajes femeninos que han pasado a la historia se encuentra Dido, esta peculiar mujer que rompe moldes y se erige en heroína de una nación, Cartago.

La fundación de Cartago, una ciudad importantísima de la Antigüedad, ubicada en la actual Túnez, se debe a los fenicios procedentes del reino de Tiro y tuvo lugar en el último cuarto del siglo IX a.C. Con el nombre de Qart Hadasti, que significa “ciudad nueva”, Cartago se convirtió en una ciudad mucho más próspera que Roma, lo que la convertía en un peligro en potencia a los ojos de los romanos. Ambas naciones lucharon por la hegemonía del mediterráneo occidental hasta el año 146 a.C., en que Cartago fue destruida completamente. En su lugar se levantó una colonia romana, que con el tiempo se convertiría en una de las zonas productoras de cereales más importantes del Imperio.

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Las ruinas de Cartago (Túnez) / Wikipedia

Según la leyenda, Cartago fue fundada por la princesa Dido, hermana de Pigmalión, rey de Tiro. Éste, que ambicionaba el tesoro de Siqueo, esposo de Dido, la obligó a que le revelase la ubicación de dichas riquezas. Dido engañó a Pigmalión indicándole un falso lugar y éste primero asesinó a Siqueo y después buscó la fortuna, mientras Dido lo desenterraba y huía con el tesoro y sus seguidores. La princesa embarcó y navegó hasta llegar a la región habitada por los libios, donde solicitó al rey local tierras para fundar una ciudad, pero el rey, reacio a la intrusión, sólo le concedió el terreno ocupado por una piel de toro. Entonces Dido, mujer muy ingeniosa, cortó la piel en finísimas tiras y así delimitó una gran extensión e hizo construir la ciudad de Cartago.

En ese tiempo, cuando Troya fue destruida por los griegos, Eneas, que era uno de los caudillos del ejército troyano e hijo de la diosa Afrodita, huye de la ciudad con la misión de encontrar un lugar donde fundar una nueva Troya. Tras varias escalas, llega a Cartago, donde conoce a la reina Dido y los dos se enamoran locamente, o, al menos, Dido.

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Eneas contándole a Dido las desgracias de Troya, por Pierre-Narcisse Guérin (1815), París, Louvre.

Cuando parecía que eran felices, a Eneas los dioses le recuerdan su misión, por lo que decide abandonar a la reina y cumplir así su destino. Aprovechando la noche, Eneas embarca con su gente y se marcha. Dido, al verle partir, ordena levantar una gigantesca pira donde mandó quemar todas las pertenencias de Eneas. Subió a la pira y, tras maldecir a Eneas y a todos sus descendientes, se hundió en el pecho una espada y se arrojó al fuego. Otras versiones cuentan que se arrojó al mar desde lo alto de una torre con la esperanza de que Eneas la viera morir.

La muerte de Dido, obra de Cayot, Louvre.

 En esto, Eneas llega a la costa del Lacio (Italia) y allí se casa con Lavinia, la hija del rey Latino, y funda una nueva ciudad que con el tiempo se conocería con el nombre de Roma, convirtiéndose así en el fundador del pueblo romano.

¿En qué medida es cierta esta leyenda? El texto más fiable que se conserva sobre la fundación de Cartago es el del historiador romano Justino (s.III), donde parece vislumbrarse la existencia de una querella dinástica en el seno de la monarquía tiria. El rey Muto había dejado como herederos del trono a sus dos hijos, Pigmalión y Elisa (o DIdo). A la muerte de Muto el poder corresponde a Pigmalión, pero debido a su juventud, Elisa actúa como regente. La historicidad de estos personajes parece asegurada, pues aparecen en otros textos de diferentes autores. Pues bien, Elisa, que era un tanto avariciosa, intenta asegurarse el trono casándose con su tío materno, Acerbas, miembro de la familia real y sumo sacerdote, antes de que su hermano la apartara del poder. Pero Pigmalión asesina a Acerbas, y a Elisa no le quedó más remedio que huir junto con sus partidarios al exilio. Según este relato de Justino, la fundación de Cartago es la consecuencia de las luchas internas de la aristocracia tiria, y, dada la condición real de Elisa, es lógico que no fueran bien acogidos en las ciudades existentes por miedo a las represalias de Pigmalión y tuvieran que encontrar un lugar donde fundar su propia ciudad.

Todos estos episodios: la llegada de Eneas y sus compañeros a la costa de Cartago, el encuentro con Dido, el generoso comportamiento de la reina, la convivencia de la pareja, el abandono final de Dido y su posterior suicidio, todos son episodios basados en la Eneida, poema épico del poeta clásico Virgilio.

Normalmente se equipara a la Eneida  con la Iliada y la Odisea de Homero. Y sin embargo, pese a compartir un mismo género – la poesía épica -, es una obra muy distinta de ellas en dos cosas: primero recoge elementos de la tradición oral de las dos obras griegas, pero no pertenece a ella, y segundo, la Eneida tiene una clara intención política. La elección de Eneas como protagonista es intencional por parte de Virgilio, ya que los romanos tomaron a los griegos como modelo cultural. Y, dado que el mayor suceso de la historia antigua de Grecia fue la Guerra de Troya, los escritores romanos se esforzaron por hacer remontar a esa guerra sus orígenes. Pero el motivo más importante de la creación de la Eneida era la legitimación de Augusto en el poder, y qué mejor manera que enlazando sus genes con la Antigüedad más lejana y con la sangre de un héroe que, además, era el hijo de una diosa. Otorgar a Augusto la heroica sangre de Eneas, la misma sangre de los fundadores de la ciudad de Roma, era otorgarle el poder y la legalidad oportuna para tomar las riendas del Imperio.

Tampoco pierde ocasión Virgilio para justificar uno de los episodios más turbios de la historia romana como lo fue la destrucción de Cartago. Eneas abandona a Dido no por voluntad propia, sino por mandato de los dioses. Dido antes de suicidarse maldice a su amante y a todos sus descendientes, y hace jurar a su hermana Ana que los odiará para siempre y que les hará la guerra hasta acabar con ellos o bien destruir a su pueblo en el intento. A partir de ese momento, el afecto se convierte en aversión. El odio de la mujer abandonada encarna el rencor cartaginés. Ésta es, para Virgilio, la causa de la enemistad púnico – romana, y por eso fue necesario devastar hasta los cimientos la ciudad de Cartago, de la que no quedó más legado que una leyenda y muchas páginas en los libros de historia, y de la que se dice, además, que perdió en el amor y en la guerra.

No sabemos con exactitud cuando se introduce esta leyenda en Roma. Virgilio la hizo famosa, pero no fue creación suya. No obstante, se trata tan sólo de una leyenda, pues el encuentro entre Dido y Eneas es desde el punto cronológico imposible. Eneas, fugitivo tras la caída de Troya (s.XIII-XII a.C.) difícilmente pudo conocer a Dido o Elisa, ya que Cartago se sitúa en el s.IX.

Este anacronismo no es obstáculo para que esta trágica historia de amor trascienda hasta la actualidad en pleno vigor. Los amores entre Dido y Eneas han sido ampliamente tratados a lo largo de los siglos, en obras de todo tipo, literarias, teatrales, cinematográficas, musicales y también artísticas, especialmente pictóricas, y, como vemos hoy, continúa inspirando a los autores contemporáneos.

Isabel Barceló Chico nos ofrece una bella leyenda en esta novela de inspiración clásica, que recrea de forma espléndida algunos de los mejores pasajes del poema de Virgilio. Isabel es licenciada en Filosofía y Letras y ha publicado numerosos artículos y relatos en España y fuera del país. Es, desde hace años, autora de un excelente blog literario, llamado Mujeres de Roma. En este espacio literario virtual, que es un ejemplo de su  fascinación por el mundo clásico, ha ido desgranando paso a paso los entresijos de un tiempo pasado que nos permite asomarnos a la realidad de entonces. El relato corre a cargo de la anciana Imilce, impulsora y narradora de esta historia. El personaje de Imilce, ya anciana y consciente de que su vida se acaba, quiere dejar constancia escrita de todo lo sucedido, tal como ella misma explica a su sirviente: “Si los dioses me hubieran concedido una hija o una nieta, no me tomaría tanto trabajo. Desde niñas les habría repetido una y otra vez la historia de nuestra reina Dido y su fatal encuentro con el príncipe troyano Eneas, como hizo conmigo mi abuela. Con mis hijos hubiera sido imposible. Son capaces de reproducir, uno por uno, todos los movimientos que han visto en un combate de lucha griega; no se les olvida la lista de los enemigos de Cartago, pero ¡ay! no les interesa conocer a fondo el origen de esas enemistades. Un error que pagaremos en el futuro, porque cuando la bruma del tiempo borre el recuerdo de aquella primera ofensa, no se podrá medir su importancia ni ponderarse si es razonable o no mantener la discordia. El olvido, en estos asuntos, sólo consigue hacer interminable el reguero de agravios” Aunque no sea el momento de entrar en detalles sobre el texto, en las palabras de Imilce se refleja una vieja tradición del mundo clásico en el que la mujer va a jugar un importante papel como transmisora del legado cultural. Éste es uno de los tantos elementos reales –de la tradición clásica- que la autora incorpora a la narración, y que son ejemplo de su profundo respeto por la veracidad de la historia. En este sentido, el personaje de Imilce simboliza, en cierta manera, la memoria colectiva de un pueblo.

Se ha escrito que “Dido, reina de Cartago acaba convirtiéndose en una reflexión sobre cómo se escribe la historia, sobre la arbitrariedad de los vencedores y cómo el olvido y la tergiversación de los hechos borran la memoria de los vencidos”. Yo añadiría que saber contar una historia es importante. Novelar la historia es posible, hacerlo bien y con el rigor que espera el lector es un reto difícil que en este caso la autora ha superado con creces.

Isabel aporta una visión contemporánea a un mito que seduce en la misma medida que su prosa. Su éxito radica en presentar a Dido como una mujer cercana a nuestros tiempos, sus sentimientos son los nuestros, su pasión sólo equiparable al dolor que transmiten las palabras de Imilce cuando dice: “Hay dolores tan hondos que no se pueden pronunciar”. Todo ello hace de Dido un personaje atractivo y de innegable ternura.

Sólo me resta invitarlos a todos a leer esta magnífica novela en la seguridad de que sus páginas les atraparán como hicieron conmigo desde un primer momento.

Gracias, Isabel.

 

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